Ciudadano del mundo. Libre pensador. Iniciado en los misterios de la vida. Obrero de la undécima hora. Emperador de sí mismo. Teórico. Disléxico. Quimérico. Alquímico. Esdrújulo. Amante del balón y las patadas. Ex integrante de la Federación Galáctica.
jueves, enero 28, 2010
Dos
Dos emperadores están por conocerse y cuando eso ocurra...
Primera señal. Primera.
La primera de ellas me ocurrió el 26 de Diciembre por la noche al éste de los Ángeles, California.
Mi carro se calentó. Como desconozco de mecánica, mejor me orillé. Busqué una gasolinera. Hice un par de llamadas a la aseguradora: sí tenía cubertura, pero no un proveedor en la zona que me auxiliara.
Hablamos con la encargada de la gas y nos dió chance de estar un rato estacionados. Busqué y llamé a mecánicos que se anunciaban en una revista que nos prestaron en un súper muy raro atendido por paisanos mexicanos originarios de Puebla.
A decir verdad, el dueño de éste súper (raro porque era una tiendita en la que igual encuentras muñecas chinas, líquido para frenos, ropa, sodas y unos panes que nunca me comería), nos dijo que iba a estar cabrón conseguir ayuda, que era sábado por la noche, festivo, y que seguramente si alguien me contestaba iba a andar pedo porque a los mecánicos de Los Ángeles les encanta beber cerveza.
La verda estaba preocupado porque mi acompañante tenía que estar de regreso al día siguiente en Tijuana. Caminamos dos cuadras y nos metimos a cenar y pensar en un restaurante. Ahí acordamos lo que haríamos. Teníamos de dos, ella se regresaba en bus a Tijuana y yo dormía en L.A. o ambos nos regresábamos remolcados hasta Chula Vista y de ahí cruzar la frontera en chinga hasta Tijuana.
Salimos, regresamos a la rara tienda de los amigos poblanos, eran casi las 22:00, estaban por cerrar. Me busqué las llaves del carro y no estaban. En vano me tenté los pantalones, las bolsas de la chamarra.
Dejé a Sonia a resguardo en la tienda y regresé corriendo al restaurante. Fui a los baños, busqué en la mesa, pasillos y estacionameinto. A pesar de que la mesera me ayudó a buscar no encontramos nada. No estaban ahí.
De regreso iba pensando en dónde se me pudieron caer. El escenario se me complicaba aún más: carro descompuesto, sin llaves, Sonia apenada y apresurada por regresar y lo peor, en un país donde todo cuesta en dólares.
Llegué al semáforo, oprimí el botón con el que paras el tráfico para cruzar. Por mi derecha se acercó a buen paso un bato. Cruzó junto conmigo la calle. Volví a oprimir el botón para parar el otro semáforo. Cruzamos juntos. Nos iluminó la luz de la gasolinera donde estaba mi carro. Iba cabisbajo, pensativo. Preocupado por éste descuído. En eso, el muchacho me dice:
- mira,me encontré estas llaves- las miro y se las arrebato, estaban golpeadas, como si les hubiese pasado un carro encima. Observé bien el llavero: eran las de mi carro.
Segunda señal. Segunda.
Esto cocurrió ayer Miércoles 27 en Tijuana. Dos de los camiones de la empresa que están a mi cargo los tenía en reparación.
La distribución del producto que vendemos no la podía posponer, así que renté un camión. Después de 7 viajes, estábamos a escasa media hora de que se venciera el plazo para entregar la unidad. Salí a toda prisa rumbo a la arrendadora para ir adelantándo la facturación y entrega. Ahí me alcanzaría el chofer con el carro para entregarlo.
La unidad se demoró porque en la última entrega no había quien descargara. Le tuve que inventar una historia nada creíble a la encargada del negocio. Me miró a los ojos y me dijo: la dueña me tiene prohibido recibir los carros después de la hora acordada, pero bueno, estamos esperando una camioneta que la trae grúa porque nos falló en el Hongo, venía de Mexicali. Mientras la escuchaba, le mandé mensajes telepáticos para que nos esperara. Ok, me dijo, vamos a esperar.
Ups. Le tiré por el radio al chofer para saber su paradero y no me contestaba. Insistí. Me comencé a impacientar. El nextel se me descargó.
Me fuí al estacionamiento. Entré al carro, conecté el cargador, busqué mi celular. No estaba en el tablero, la puerta, el piso ni en los asientos. Tampoco lo traía en el pantalón. No.
Marqué a Lucía, mi asistenete, por el radio y le pedí que me llamara al celular para verificar.
- Me manda al buzón. -me dice muy quitada de la pena - aquí en la oficina tampoco está porque no se escuchó-
Me sentí muy molesto conmigo. Pensé en los números de la familia que conseguí recientemente y que no tengo en mi agenda de papel, en las fotos y lo que me costó el teléfono. Traía el cel en la mano, antes de salir, era lo único que recordaba.
Al rato sonó el Nextel, era Lucía:
-Oiga-, su celular lo encontró un niño, dice que está en donde los mofles, aquí a dos cuadras del trabajo, el niño venía de la escuela y lo encontró tirado frente a la empresa, cuando le marqué por segunda vez me pasó a su mamá ¿Qué hago?.
Le dije qué hacer. El celular lo dejé en el toldo del carro. Por la prisas nunca lo agarré.
¿Y la terecera señal?
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